Racing Club: 58 años del primer título mundial argentino
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Un 4 de noviembre de 1967, el fútbol argentino alcanzó una de sus páginas más gloriosas de la historia. Racing Club de Avellaneda, ‘La Academia’, se convirtió en el primer equipo argentino campeón del mundo, tras una hazaña que aún hoy late en la memoria de los hinchas.
Después de conquistar la Copa Libertadores, Racing se enfrentó al poderoso Celtic de Glasgow en una final Intercontinental cargada de tensión, fútbol y orgullo. Fue una serie dura, de tres partidos, que tuvo su desenlace en el mítico Estadio Centenario de Montevideo.
Allí, un zurdazo inolvidable de Juan Carlos ‘Chango’ Cárdenas selló el 1 a 0 definitivo y encendió la alegría de todo un país futbolero. Aquel triunfo no fue solo una consagración deportiva: fue el símbolo de una época. Racing demostró que el talento y la garra argentina podían brillar también en el escenario mundial. Desde entonces, el club lleva con orgullo el título de primer campeón del mundo del fútbol argentino, un logro que marcó para siempre su identidad y su lugar en la historia.
Dos duelos de infarto
Todo empezó en Glasgow, el 18 de octubre de 1967. En un clima frío y hostil, Racing Club pisó el césped del imponente Hampden Park ante más de cien mil escoceses. Desde el arranque, el Celtic impuso su fuerza y velocidad, empujado por una hinchada ensordecedora. Los jugadores de Racing resistieron con temple, acostumbrándose a un terreno pesado y un arbitraje permisivo. A pesar de los intentos del equipo argentino, un potente disparo de Tommy Gemmell terminó rompiendo la resistencia y sellando el 1 a 0 para los locales. La Academia se fue al vestuario con la bronca de haber dejado todo, pero con la sensación de que el duelo no estaba cerrado.
La revancha se jugó el 1 de noviembre en un Cilindro de Avellaneda que era pura pasión. Desde temprano, las tribunas se tiñeron de celeste y blanco, y el aire vibraba con cantos y papelitos. Racing salió decidido a empatar la serie. Raffo abrió el marcador, Gemmell volvió a empatar para el Celtic, y Cárdenas desató la locura con el 2 a 1 final. El partido terminó caliente, con discusiones y choques duros, pero Racing había hecho lo que necesitaba: igualar la serie. El sueño de ser campeón del mundo seguía intacto, y Montevideo esperaba la gran definición.
El tercer y último partido
El 4 de noviembre de 1967 amaneció gris sobre Montevideo, pero en el aire flotaba algo eléctrico. En las calles, hinchas argentinos y escoceses se cruzaban con banderas, cánticos y miradas desafiantes. El Centenario iba a ser el escenario de una batalla más que de un partido. Racing Club de Avellaneda y el Celtic de Glasgow llegaban a la tercera y definitiva final de la Copa Intercontinental con una tensión que podía cortarse con un cuchillo.
Los escoceses venían con fama de duros, campeones de Europa, veloces y potentes. Racing, en cambio, traía la astucia del fútbol criollo, la técnica y el corazón. Ya en los dos primeros partidos habían volado patadas, codazos y hasta insultos que cruzaron el idioma. El segundo encuentro, jugado en Avellaneda, había terminado con incidentes dentro y fuera de la cancha. En Montevideo, el clima era de revancha, casi de guerra.
Desde el arranque, el partido fue una lucha sin tregua. Cada pelota dividida se jugaba como si fuera la última. Los defensores de ambos equipos iban al límite, los mediocampistas chocaban sin parar, y el público rugía como un solo grito. En las tribunas, los hinchas argentinos alentaban con un fervor pocas veces visto, muchos llegados en caravanas, autos, y hasta en pequeños barcos que cruzaron el Río de la Plata solo para estar ahí.
A los pocos minutos, el árbitro uruguayo Rodó ya había tenido que intervenir más de una vez para calmar los ánimos. Hubo empujones, reclamos y miradas desafiantes. Racing sabía que el gol podía aparecer en cualquier momento, pero también sabía que el Celtic no iba a ceder fácilmente. Hasta que, cerca de los 11 minutos del segundo tiempo, ocurrió lo que quedó grabado para siempre.
La pelota cayó en los pies de Juan Carlos ‘Chango’ Cárdenas, que estaba a unos 25 metros del arco. Sin pensarlo demasiado, se perfiló y soltó un zurdazo seco, fuerte, preciso. La pelota viajó como una bala y se clavó en el ángulo. Silencio un segundo. Y después, el estallido: gritos, abrazos, lágrimas. En el banco de Racing, los suplentes saltaron al campo sin poder contenerse. Era el gol que valía un título, un país entero, una historia.
Desde ese momento, el partido se volvió una verdadera batalla. La tensión explotó en cada jugada y el árbitro uruguayo terminó expulsando a cinco jugadores: tres del Celtic y dos de Racing. Las patadas, los empujones y los insultos volaban, pero el equipo argentino mantuvo la cabeza fría y defendió la ventaja con el alma.
El resto del partido fue pura resistencia. Racing jugó con el alma, corrió cada pelota como si fuera la última. Cuando el árbitro marcó el final, los jugadores se desplomaron en el césped, rendidos y felices. Algunos lloraban, otros reían sin poder creerlo. En las tribunas, los hinchas se abrazaban con desconocidos. Avellaneda, desde el otro lado del río, empezaba a celebrar su gloria.
Esa noche, en los vestuarios, el ambiente era una mezcla de cansancio, emoción y orgullo. Pizzuti, el técnico, abrazó a sus jugadores uno por uno. Cárdenas, todavía con el sudor en la frente, sonreía con timidez. Afuera, Montevideo seguía vibrando, y Racing ya era campeón del mundo. El primero de Argentina.
Un gran impacto
La consagración de Racing Club en 1967 no solo significó un título, sino un cambio profundo en la historia del fútbol argentino. Por primera vez, un club del país se coronaba campeón del mundo, demostrando que el talento y la garra criolla podían imponerse ante el poder europeo. Aquella hazaña unió a toda una generación, incluso más allá de los colores.
Racing se convirtió en símbolo de orgullo nacional, en un estandarte del fútbol argentino que aprendía a mirarse de igual a igual con los grandes del mundo. El gol del Chango Cárdenas quedó grabado en la memoria colectiva, como un eco que aún emociona. Desde entonces, cada hincha de Racing lleva ese momento como parte de su identidad. El título marcó un antes y un después, no solo para el club, sino para todo el fútbol argentino, que empezó a creerse capaz de conquistar el planeta.