Juan Román Riquelme: el último enganche
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Hay futbolistas cuya trayectoria se escribe en estadísticas, y hay otros cuya historia se cuenta en sensaciones. Juan Román Riquelme pertenece al segundo grupo: no necesita de cifras estruendosas para justificar su mito. Basta recordar un control orientado, un pase filtrado de espaldas o esa manera de caminar la cancha que confundía parsimonia con dominio absoluto.
Pero incluso dentro de una carrera marcada por algunos de los momentos más memorables del fútbol sudamericano, hubo un día fundacional que inició la leyenda: el 24 de noviembre de 1996, cuando un juvenil flaco y de cejas anchas anotó su primer gol con la camiseta de Boca Juniors frente a Huracán. Fue el nacimiento de un símbolo.
El debut y la transición hacia la élite
En 1995, Boca Juniors decidió ficharlo tras detectar su inteligencia para manejar los tiempos del juego, una cualidad rara incluso entre jóvenes prodigio. Llegó a la Ribera con el 10 tatuado en la imaginación, aunque todavía lejos de ese dorsal que terminaría apropiándose de forma definitiva.
Riquelme debutó el 10 de noviembre de 1996 ante Unión de Santa Fe de la mano de Carlos Bilardo. Aquel día, ingresó tímido, casi escondido entre futbolistas de renombre. Pero su característica calma —esa que algunos confundían con apatía— empezó a llamar la atención en los entrenamientos y en cada minuto que sumaba en la cancha. Leía los partidos con una claridad impropia para sus 18 años y movía la pelota como si tuviera décadas de experiencia profesional.
24 de noviembre de 1996: el primer grito
Fue en La Bombonera, un domingo húmedo en el que Boca recibía a Huracán por el Torneo Apertura. El equipo venía irregular y el clima pedía un golpe de ilusión. Bilardo decidió poner a ese juvenil que insistía en jugar simple y hacer jugar a los demás.
A los 18 minutos del segundo tiempo, llegó el instante que cambiaría para siempre la relación entre Riquelme y Boca. Tras una jugada que se armó por izquierda, la pelota terminó en sus pies dentro del área. Román controló sin apuro, abrió el cuerpo y definió con un remate cruzado, de derecha, que se metió abajo, lejos del alcance del arquero. Fue un gol sereno, casi suave, pero contundente. Un gol ‘a lo Riquelme’ antes de que existiera el concepto de ‘a lo Riquelme’.
La Bombonera lo ovacionó por primera vez. A partir de ese día, el vínculo dejó de ser promesa para convertirse en destino. Aquel día, Boca ganó por 6-0 al Globo en un día redondo para el Xeneize.
La era Bianchi y la consagración total
Riquelme necesitaba un mentor para explotar. Carlos Bianchi lo encontró y lo moldeó. Con la llegada del ‘Virrey’ en 1998, Román pasó de ser un juvenil talentoso a convertirse en el eje del equipo más dominante de Boca en la era moderna.
El mundo presenció un enganche que parecía venido de otra época. Un futbolista que ralentizaba la jugada para acelerarla después; que podía dejar a un delantero mano a mano con un pase que nadie más había visto. En las noches de Copa Libertadores, donde el fútbol se endurece y la técnica se esconde, Román brillaba como una linterna en la oscuridad.
Su actuación ante el Real Madrid en Tokio, el 28 de noviembre de 2000, quedó grabada a fuego. No solamente dominó el partido: manejó el ritmo, desbordó a figuras europeas consumadas y convirtió ese duelo en una exhibición de jerarquía. Aquel día, incluso el público neutral entendió que estaba ante un artista del juego.
El paso por Europa: Barcelona y Villarreal
En 2002, tras un conflicto institucional y con el deseo de Boca de vender para equilibrar números, Riquelme dio el salto a Europa. El Barcelona lo contrató como un talento sudamericano llamado a suceder a los grandes creativos de la historia del club. Sin embargo, Louis van Gaal nunca confió en él y terminó relegándolo a un rol secundario. Faltaban sintonía y libertad: precisamente los elementos que Riquelme necesitaba para ser él mismo.
El Villarreal, en cambio, sí supo entenderlo. Llegó en 2003 a un club sin grandes pergaminos internacionales y lo transformó en protagonista. Bajo Manuel Pellegrini, Riquelme fue cerebro y bandera. Convirtió al Submarino Amarillo en semifinalista de Champions League por primera vez en su historia (2005-06), liderando al equipo con actuaciones memorables, como aquella exhibición frente al Inter en cuartos de final.
El penal fallado frente a Arsenal que pudo haber llevado a Villarreal a la final es uno de los momentos más dolorosos de su carrera, pero también uno de los más recordados por la forma en que asumió la responsabilidad. Nunca se escondió. Nunca jugó pensando en el error.
El regreso a Boca: la segunda era dorada
En 2007, regresó a Boca para disputar la Copa Libertadores en condición de préstamo. Y lo que siguió fue una de las campañas más extraordinarias de un jugador en la historia del torneo. Riquelme dominó cada serie y se convirtió en el motor de un equipo que terminó levantando la Copa Libertadores 2007, con él como figura indiscutible.
Aquella final contra Gremio aún se analiza como un manual del enganche. Un jugador que lee, controla, filtra, guía y decide. A partir de ese retorno, Román jugó en Boca hasta 2014, conquistando títulos locales y dejando momentos inolvidables: su caño a Yepes, su clásico ante River en la Bombonera en 2011, su partido perfecto contra San Lorenzo en 2007, o esa Copa Argentina 2012 donde volvió a cargar con el equipo en los tramos clave.
La Selección Argentina: brillo y desencuentros
Con la camiseta de la Selección, Riquelme dejó momentos de altísimo vuelo. Fue medallista en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008, capitán y símbolo en la Copa Confederaciones 2005 y figura en las Eliminatorias hacia Alemania 2006. Su partido ante Brasil en la final de la Copa América 2007, a pesar de la derrota, fue una de esas exhibiciones que definen a los futbolistas grandes.
Sin embargo, su relación con la Selección estuvo marcada por distancias y silencios. Aun así, nadie olvida su capacidad para hacer jugar a una Selección que necesitaba un conductor.
Los títulos de Riquelme
Con Boca Juniors, Juan Román Riquelme consiguió 3 Copas Libertadores (2000, 2001 y 2007), una Copa Intercontinental (2000), una Copa Argentina (2012), 3 Aperturas (1998, 2000 y 2011) y un Clausura (1999). Con Villarreal no consiguió ningún título, pero fue capaz de llevar al Villarreal a lo más lejos que ha llegado el club español en la Champions League, a las semifinales en 2006.
Con la Selección Argentina, Juan Román Riquelme se colgó el oro en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 y fue finalista en la Copa América de 2007, un año antes.
El legado
Riquelme no fue un futbolista de velocidad, ni de cambios explosivos, ni de estadísticas estruendosas. Fue, más bien, la encarnación de un concepto: el de que el fútbol todavía puede jugarse con pausa, con inteligencia, con elegancia. Que el pase puede ser más bello que el gol. Que la gambeta no siempre necesita velocidad; a veces necesita solamente intención.
Riquelme ya no juega, pero sigue siendo recordado cada fin de semana en cada potrero donde un pibe intenta frenar la pelota y pensar. Porque su estilo trascendió el tiempo. Porque fue el último gran enganche. Porque, para Boca, para Argentina y para el fútbol, Juan Román Riquelme es eterno.